Una humilde traducción de un famoso poema irlandés
Nunca hubo fresas
Como las que tomamos nosotros
Aquella tarde…
Cuando nos sentábamos en
el escalón
Del antepecho abierto
Mirándonos las caras
Tus rodillas recogidas
entre las mías
Los platos azules en
nuestros regazos
Las fresas relumbrando
al calor de la luz del sol.
Las untábamos en azúcar
Mirándonos el uno al otro
Sin darnos prisa en dar
cuenta del festín
que llegaba para uno
Los platos vacíos quedaron
juntos
En la piedra posados
Los dos tenedores en cruz
Y yo me volví hacia ti
Dulce en aquel aire
En mis brazos
Abandonado como un
chiquillo.
De tu boca deseosa
El sabor de las fresas
En mi memoria
Otra vez vuelve
Déjame amarte
Deja que el sol restalle
Sobre nuestro olvido
Una hora entre todas
El calor intenso
Y el verano iluminando
Las colinas de Kilpatrick:
Deja que la tormenta
lave los platos.